Del Chacolí Simón al Txakoli Simón
Extracto del reportaje en torno al
Txakoli Simón aparecido en “La Guía Repsol” …
‘Txakoli Simón’ es así hoy sinónimo de buena txuleta asada
a la parrilla, pero no siempre fue así. De hecho, el origen del restaurante se
remonta a 1922, y
entonces se ceñía fielmente a la esencia de esos establecimientos llamados
precisamente chacolís, donde se despachaba el vino joven elaborado en el
mismo lugar y la gente acudía muchas veces con su propia comida.
“Aquí Simón Lozano hacía txakoli,
hasta 5.000 litros, diez bokois. A partir de febrero o marzo, que
era cuando estaba para beber, se abría la temporada de txakoli, que
duraba lo que duraba el vino, como pasa en las sidrerías, así como el producto de la matanza de dos o
tres cerdos, y la gente venía un poco a pasar el día.
Era, más bien, un lugar de reunión. Muchos traían sus cazuelas para calentar y aquí se
preparaban huevos fritos con chorizo, etcétera”, rememora Oscar.
Oscar entró en 1988 como empleado, junto a
dos compañeros de la Escuela de Hostelería de Galdakao; la casa necesitaba tres
personas durante la temporada de verano, entre junio y septiembre, y ellos
decidieron aceptar el trabajo, en vez de irse a Baleares y Canarias, como
hacían la mayoría de estudiantes. Ya en diciembre, el dueño, nieto de Simón,
les citó en ‘Baserri Maitea’ (1 Sol Guía Repsol) y les propuso
encargarse del negocio, que entonces ocupaba únicamente lo que hoy es la barra
del bar (entonces mitad bar y mitad cocina) y las concurridas campas. Debajo
estaba la bodega de txakoli (hoy almacén), en la actual cocina
se encontraba la cuadra y en el comedor el gallinero.
“Cuando hacía malo no trabajábamos nada”,
recuerda Óscar, que tras un periodo de prueba aceptó la propuesta y se puso al
frente de ‘Txakoli Simón’ junto a su amigo Fernando Campo, fallecido hace diez
años. Seguían despachando vino y huevos fritos acompañados de lo más rico del
cerdo, pero pronto dieron un giro a todo, emprendieron reformas arquitectónicas
y de concepto que hace cinco lustros desembocaron en la apertura de su
primer comedor cerrado (el segundo, en el piso superior, se abrió hace solo 14
años), para no fiar la facturación a la meteorología, y en la apuesta por la
chuleta de vacuno mayor como estandarte.
Lo que nació como un merendero es hoy un
concurrido restaurante con todas sus letras, un referente del icónico monte
Artxanda con su cocina en Bilbao y su aparcamiento en Sondika. Por supuesto, se mantienen las viejas costumbres,
la pizarra sigue ofreciendo huevos con chorizo, con beicon, con lomo, con
morcilla, con jamón (“a la gente de fuera, ver a otras personas bebiendo aquí
una botella de vino y comiendo una txuleta o mismamente unos
huevos fritos de manera distendida le perece hasta exótico”), pero también se
demandan mucho hongos, foie con higo confitado y, sobre
todo, txuletas que se asan con conocimiento y pasión.
La parrilla no es
matemática
“Lo primero que hay que hacer es sacar
las txuletas a eso de las diez de la mañana para que
atemperen; luego limpiarlas; y, una vez que se van pidiendo, nosotros las
rebozamos en sal, literalmente, las pongo al fuego, a una altura que va en
función de la hora y de que tenga más o menos calor. Me gusta que tengan
contacto con la llama, pero no lo puedo buscar del todo, porque en la parrilla
puede haber hasta 25 txuletas a la vez y si tienen mucha grasa
y las bajas mucho, eso arde. Tienes que tener mucho cuidado”, precisa el
parrillero.
A Oscar le gusta que la ‘txuleta’ entre en contacto con la llama
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